Ese chico tiene algún problema", señaló William Burroughs cuando, en 1993, Kurt Cobain lo saludó en Lawrence, Kansas. "Frunce el ceño sin ningún motivo".Burroughs tenía razón en que Cobain tenía algún problema, pero no en que el chico frunciera el ceño sin ningún motivo. Cobain lo hacía porque era un joven profundamente deprimido y con una adicción crónica a las drogas que, además, estaba inmerso en una grave crisis.En ese momento era también la más grande de las estrellas de rock del mundo entero, una figura escuálida de una pequeña ciudad del nordeste, Aberdeen, a poco más de cien kilómetros de Seattle, que se había convertido en un mesías del sufrimiento, en el emblema del híbrido punk-metal conocido como "grunge".En la actualidad, cuando se observa a los chicos que salen del colegio, siempre se divisa alguna remera negra que dice NIRVANA en letras amarillas. Lo más probable es que no sepan qué significa "Nirvana". Los más chicos ni siquiera habían nacido cuando, a principios de abril de 1994, el vocalista de Nirvana se puso un arma cargada en la boca y apretó el gatillo. Para ellos, sin embargo, Kurt Cobain es algo así como lo que Jimi Hendrix, John Lennon o Bob Marley representan para sus padres: un ídolo, un mártir, un santo patrono.Kurt Cobain fue la estrella de rock perfecta; un marginal atractivo, un rebelde sin causa, un hombre-niño cuya voz sonaba como una lija. Finalmente, la contradicción en los términos que suponía el estrellato punk hizo que su existencia se hiciera insostenible. La biografía que publicó Charles Cross el año pasado, Heavier Than Heaven, nos dice mucho. Ahora los diarios del cantante nos aclaran aún más qué confuso y ambivalente se sentía respecto de su fama y qué cansado estaba del rock and roll."Creo que nuestra generación siente que ya se dijo y se hizo todo", escribe Cobain en la primera parte de sus diarios, resumiendo el estado de ánimo de la Generación X. Un poco más adelante agrega: "Dios mío, estoy tan harto de la banalidad del rock. Me pregunto qué voy a hacer cuando sea viejo si ya lo sé todo sobre el rock'n'roll a los diecinueve años". Los diarios de Cobain nos llevan de la escritura angustiada y estéril de un adolescente ("Mi escritura parece escatológica debido a mi falta de personalidad o a mi exceso de personalidad") a la exaltación de sí ("Nirvana no puede decidir si quiere ser punk o REM..."). La angustia también cede paso a momentos de autoanálisis inteligente y a la yuxtaposición de sus incursiones en la filosofía con dibujos y garabatos, recordatorios sobre poner nafta y agua en el vehículo de la banda y listas de sus temas favoritos, una organización común en los cuadernos de muchos escolares. En su intento de articular sentimientos confusos, los diarios de Cobain contienen el testamento de un adicto indignado, angustiado y, sobre todo, ambicioso. La escritura de Cobain es una masa de contradicciones. En un momento parece muy vulnerable, y al siguiente se muestra sarcástico. Pero el principal atractivo de los diarios de Cobain es su desesperado intento de extraer algún significado de la moribunda cultura pop que lo rodea. Su punto de partida es la conciencia de que el sueño de los 60 fracasó."Me gusta —escribe— culpar a la generación de mis padres por acercarse tanto a un cambio social y luego renunciar tras una serie de intentos exitosos de los medios y el gobierno de desarticular el momento mediante la utilización de los Manson y otras imágenes hippies y ejemplos propagandísticos". Agrega que, si Jimi Hendrix estuviera vivo, hoy se dedicaría a comer salmón y usar lentejuelas.Lo que se percibe una y otra vez en los diarios es su auto-odio por su descenso a la abyección. (El título original del disco ácido y anticomercial In Utero, de 1993, era I Hate Myself And I Want To Die, Me odio y quiero morirme). Cobain describe cómo era a los trece años: "Un chico ratonil, poco desarrollado e hiperactivo cuyo torso habría cabido en una de las piernas de sus jeans acampanados". Necesitado de admiración pero carente de confianza en sí mismo, en un momento se repudia "por mi falta de educación, por mi ausencia de inspiración, por mi desconcertante búsqueda de afecto y mi indiferencia y vergüenza respecto de muchos que tienen mi misma edad". Por un lado, Cobain odiaba el machismo, pero por otro se sentía mortificado por lo que sentía como defectos físicos propios. Esto continuó durante la declinación de 1993-1994, signada por la heroína, cuando criticó el hecho de que la prensa lo pintara como "un famoso adicto a la heroína". Sobre el final, los diarios convierten en amargas diatribas contra el mundo, y sobre todo contra los críticos de música de los medios. Cobain se burla de los "análisis freudianos de segunda categoría" de sus letras que, en su opinión, están presentes en la mayor parte de las reseñas sobre Nevermind e In Utero, y concluye con un exabrupto: "¡Déjenme en paz!", que tal vez constituye una irónica declaración de solidaridad con Michael Jackson.De nada sirvió que la compañera de adicción de Cobain, Courtney Love —esa mezcla inflamable de Yoko Ono y Nancy Spungen— fuera también su compañera en la rabia. "Los opuestos se atraen", cantaba Kurt en un tema cínico de In Utero, Radio Friendly Unit Shifter (Te quiero por lo que no soy). A pesar de lo confundida que pudiera estar, Love representó para su esposo la fuerza maternal: "Tirá el cordón umbilical para que pueda trepar por él", cantaba Cobain en Heart-Shaped Box, el gran tema de amor de In Utero. Cuando en agosto de 1992 Love tuvo a su hija Frances Bean, se encontró con que tuvo que brindarle apoyo a Kurt durante las contracciones: "Le sostenía la mano y le frotaba el vientre mientras la que tenía al bebé era yo".Love llegó a un acuerdo este mes con Dave Grohl y Krist Novoselic, los compañeros de banda de Cobain, y obtuvo autorización para dar a conocer temas inéditos de Nirvana. Y arregló por cuatro millones de dólares para la publicación de Journals (Diarios). La industria Kurt Cobain finalmente vuelve a ponerse en marcha. Si el rock no logró producir ninguna figura totémica después de Kurt Cobain, por lo menos en parte se debe a la violencia de su muerte. La lección parece ser: si se cree en la música con tanta vehemencia —de manera tan intransigente— eso es lo que pasa. Es mejor tratar la música como un ritual frívolo o un mero apéndice descartable."Hey, hey, my, my, rock and roll will never die" (...el rock and roll nunca morirá), cantaba Neil Young al comienzo de Out of the Blue and Into the Black, el tema que Cobain citaba en la nota que dejó al suicidarse. Pero desde la perspectiva del año 2002, la muerte de Cobain parece el último suspiro del rock and roll en una sociedad que se caracteriza por la chatura y la hiper-mediación. Cabría preguntarse, ¿a quién le hace falta un mesías en la era de los ídolos pop prefabricados?